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Astérix y Obélix

 

El lujo de los lujos de entre mis lecturas infantiles eran las aventuras de estos irreductibles galos. Disfrutaba como un enanix con los distintos tipos de esta aldea de locura en la que los dos héroes principales, Astérix y Obélix, se enfrentaban a alguna misión por lejanas tierras (en la mayoría de los casos). Astérix es astuto y alegre y Obélix, impaciente y glotón. Leerlos era una gozada y mi sorpresa fue grande cuando mi profesor de crítica literaria, un hombre inflexible y colérico, se confesó fanático de mis armónicos. Dedicamos una clase a ver la importancia de la traducción a través de estos cómics (este hombre coleccionaba Astérix y Obélix en todos los idiomas) y fue tan revelador que luego yo he repetido la clase con mis propios alumnos. Una traducción debe respetar el sentido dentro de cada cultura, aunque eso suponga alejarse de lexemas que, en un principio serían trasladables. En cualquier caso, «traductor» y «traidor» («el que trae») son la misma palabra, y si esta traición está supeditada al humor, me dejo traicionar. Observad algunos ejemplos:

-Edadepiedrix : Âgecanonix (francés, «edad canónica»), Geriatrix (inglés, de «geriátrico»), Arthritix (en EEUU), Senilix (finés), Matusalemix (italiano).

-Panorámix: Miraculix (alemán, de «milagro»), Getafix (inglés, de «toma un trago», de poción, claro está, jeje), Magigimmix (EEUU).

-Idéfix (también llamado Idefix en España, de «idea fija» [su idea fija es que no se talen los árboles]): la mejor traducción es la inglesa, «Dogmatix» (dogmático, su dogma es la ecología, y utiliza el lexema «dog», que  es lo que es el personaje).

-Abraracourcix (a brazo partido): Majestix (alemán, puesto que es el jefe…), Macroeconomix (EEUU).

-Assurancetourix (de «assurance tout risque», seguro a todo riesgo, porque cuando canta, llueve): se queda en un soso «Troubadix» en alemán, «Cacofonix» y Malacoustix» en inglés británico y estadounidense, respectivamente, y «Malmusiks» en esperanto.

Son solo algunos ejemplos, pero se ve que los españoles no se lo curraron mucho, manteniendo el nombre francés con demasiada frecuencia…aunque a veces es mejor eso cuando no se puede superar el original.

El caso es que me encantó estudiar filológicamente a mis ídolos. Siempre, hasta en la carrera, me tenían que acompañar… Ahora cumplen 50 años, y bueno, ya no son lo que eran, pues Uderzo no ha sabido crear los buenos guiones de Goscinny y es triste que los dibujos estén tan desaprovechados. Propongo que, para dar un aire fresco a la serie, salgan Astérix y Obélix de una vez del armario, dejen las drogas del druida y, como el satélite francés, «Asterix», viajen por el espacio, a otro planeta, propulsados por una nueva catapulta romana, diseñada por Ingenierus Brutisimus para acabar con el poblado.

Kirk Cameron

Guapo, rebelde y guasón. Kirk Cameron fue mi gran mito masculino de la infancia. Y es que según crecía Mike Seaver, se hacía más y más adorable. La serie iba de un psicólogo que usaba su casa como consulta para poder hacerse cargo de sus hijos, ya que su mujer había decidido retomar su carrera de reportera de televisión. La hija mayor, Carol, era empollona y diana de todas las bromas de Mike; y Ben, el pequeño, el más cuerdo de la familia. Mike se dedicaba a hacer el golfo, y era un clásico verlo entrar a alta horas de la noche por la cocina, para no ser detectado. Cuando los padres lo dejaron por imposible, le permitieron incluso tener un cuarto fuera, en el jardín, como Antonio Flores, para que pasearan por allí todas las chicas que caían en las redes de su encantadora sonrisa. Luego descubrió que quería ser actor y eso ya me acabó de enamorar. Kirk, por aquel entonces, era ateo convencido, pero en el año 91 comenzó a hacerse creyente. Tan creyente que empezó a no ver con buenos ojos las costumbres de su familia televisiva y esto supuso el declive de la serie. Actualmente, al chavalito le ha crecido la frente y la fe y se nos ha hecho telepredicador. Tiene seis hijos y se embarca en luchas moralizantes, la última de las cuales contra el mismísimo Darwin. Todos sabemos que es muy difícil ser guapo y listo al mismo tiempo, pero al bueno de Kirk le ocurrió el curioso caso de volverse tonto según iba perdiendo su guapura adolescente. Otro mito caído, qué le vamos a hacer…

http://www.youtube.com/watch?v=TVVfMvoLNv0  Esta era la sintonía

http://www.youtube.com/watch?v=r5J0cSnYnFg  Aquí Kirk es reconocido como telepredicador oficialmente

http://www.youtube.com/watch?v=2z-OLG0KyR4

En este último video, Kirk disfruta viendo como un amigo demuestra la existencia de Dios por la creación de un plátano. ¡Ay, Kirk, si eso te lo podía haber enseñado yo!

Play-doh

play-doh

Hay mitos de nuestra infancia que recordamos por el olfato, sentido que dicen que proporciona los recuerdos más intensos, como el del bocadillo de nocilla de las seis de la tarde (menos cinco, para que diera tiempo de ver Barrio Sésamo desde el na-naa-naaa). Pero entre todos los de mi infancia, después de la gasolina, lo que más me gustaba oler era la pasta Play-doh. Para mí fue toda una sorpresa recibir de manos directas de SSMM los Reyes Magos de Oriente la «Cafetería fabrica pasta»; sabía que me pasaría horas haciendo churros y espaguetis de colores sin siquiera abrirlo. Pero cuando destapé uno de los botes, supe de inmediato que no serían horas, que serías años y años… Porque el aroma de esta plastilina de lujo es tan indescriptible como adictivo. Era tan difícil volver a guardarlos como intentar que no se mezclaran los colores. Al final nos quedaba una pasta marrón en todos los botes, pero seguíamos hipnotizados por su fragancia, que nos llegaba, entre dulce y picante, hasta la punta más elevada del cerebro. Más tarde vendría la gran decepción: siempre, absolutamente siempre, y por mucho cuidado que pusiéramos, llegaba un día en que descubríamos con horror que la última vez que lo usamos cerramos mal el bote y nuestra querida plastilina de esnifar se había convertido en una piedra que ya ni olía ni nada.

Aprendí tanto de Play-doh… Aprendí que hay que disfrutar las cosas con intensidad siempre, porque cualquier día y sin avisar, se secan. Aprendí que mi maestro de plástica mentía cuando decía que el blanco era la suma de todos los colores (¡era el marrón!). Aprendí que hay sustancias que nos distorsionan la realidad (porque esnifando play-doh me daba por hacer espaguetis azules o hamburguesas blancas…) y aprendí, sobre todo, a controlar mis adicciones, porque para prolongar la vida olorosa de mis pastas, limitaba el tiempo de juego o simplemente abría una rendija y daba una inspiración grande que me dejaba extasiado durante minutos. Y así estábamos los niños hijos de los hippies de los 70: flipados entre olores y colores de otro mundo, pero con una dosis de reponsabilidad.

Jessica B. Fletcher

La Sra. Fletcher

Para comenzar este blog, tengo que hacerlo con la número uno de entre mis mitos: la Sra. Fletcher. Esta señora, maestra jubilada, decide ponerse a escribir novelas de misterio que se convierten en un éxito. La fama y el dinero (además de la promoción) la obligan a viajar continuamente y ¡oh, sorpresa!, lugar al que llega, lugar en el que muere alguien. El resto de cada capítulo se empleará en resolver el crimen. Sí, hay quien dice que vaya con la puta vieja y el mal fario que lleva allá donde va, que mejor no encontrársela. Y es verdad.  Resulta que la colegui tiene miles de sobrinos que se ven involucrados en asesinatos justo cuando ella los visita, y la visita, que en principio era solo de paso, se tiene que prolongar. En realidad, estamos ante la típica vieja solterona, o viuda, que no tiene hijos e intenta encalomarse en casa de cualquiera. Mi teoría es la siguiente: es siempre ella la asesina, para tener justificación para gorronear (cuanto más dinero ganan, más rácanas se hacen las viejas). Y como el misterio lo resuelve ella, que es más lista que todos los sheriffs juntos, le echa el muerto, literalmente, a otro. Repitiendo este proceso continuamente, se calcula que en 12 años que duró la serie pasó solo 20 días en su casita de Cabot Cove, con los consiguientes ahorros de luz, agua, teléfono y comida que eso conlleva. ¿No es grandioso? Por eso la adoro. Una vez un amigo y yo nos prometimos que si Angela Lansbury moría, iríamos a su entierro, pero me temo que esta señora, como tiene por costumbre, nos enterrará a todos.

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